jueves, 6 de diciembre de 2007
Señor Jesús, quiero ser distinto, quiero ser un buen cristiano, quiero amarte sobre todas las cosas, quiero enamorarme de ti y no pensar en otra cosa que en ti, quiero que seas lo primero y lo principal en mi vida, quiero que lo seas todo, quiero beber los vientos por ti y desesperar por ti, y buscar tu compañía y tu plenitud en todo momento, quiero hacer locuras por ti, quiero amar a mi prójimo como Cristo nos amó a nosotros por amor a ti, quiero ser humilde y limpio de corazón como tu madre María, quiero ser manso y humilde de corazón como Tú, Jesús, pero lo quiero para agradarte a ti, quiero hacer tu Voluntad sólo por agradarte, quiero llegar a estremecer tu corazón con mi amor, quiero tocarte en lo más profundo de tu corazón, quiero hacerte feliz, quiero aliviar el dolor de tus llagas en la medida de lo posible, quiero estar contigo para siempre, quiero ser pobre, pero quiero donarlo todo por ti. Te lo suplico todo ello Padre en el Santo Nombre de Jesús: Por lo que Tú me has amado, por haberme creado de la nada, por habérbelo dado todo, por haber derramado hasta tu última gota de tu Santísima Sangre por mi Salvación, por haber padecido la cruz y haber soportado torturas y dolores sólo por darme la vida, porque te hiciste hombre y te humillaste sin necesidad, porque instituiste tu Iglesia que tanta luz trae al mundo, porque nos diste tu Reino y nos permites participar en Él, porque eres bueno, infinitamente bueno, absolutamente bueno y no hay mayor bondad que Tú en el Universo, porque todo el amor que he recibido a través de mis seres queridos venía de ti, porque eres Misericordioso, porque Tú eres el principio del Amor y de ti viene todo el Amor que hay en el mundo, porque Tú mereces la pena, porque me has ayudado siempre y nunca me has dejado colgado, porque me conoces desde que era un bebé y me has querido más que mis propios padres y que mi abuela Paquita, porque tu creación es maravillosa, el cielo, el aire, las estrellas, los pájaros, los árboles (especialmente los grandes), y todo lo demás, porque eres Santo, tres veces Santo, porque al Enemigo no le permites que me machaque, porque perdonas mis pecados, porque estás conmigo siempre y nunca me abandonas, porque no puedes dejar de amar ya que es contrario a tu naturaleza, porque traes la paz a mi corazón, porque sin ti nada merece la pena por todo lo que significas que no se puede expresar con Palabras, en definitiva porque eres Tú Señor y lo eres todo. A pesar de todas las veces que te he fallado, a pesar de todo el dolor que te he causado al clavarte en esa cruz con mis pecados terribles, yo no cambiaría un instante del tiempo que he estado contigo, sólo desearía no haberte ofendido hasta el extremo de caer en el pozo donde he caído. Si Tú incluso amas a Satanás a pesar de que no le puedes perdonar... Yo quiero amarte sobre todas las cosas, con todas mis fuerzas, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser, con todo lo que soy, y deseo estar contigo para siempre en el Cielo, pero si me condeno y voy al infierno o si voy al purgatorio o a donde sea, yo no quiero dejar de amarte por nada del mundo y quiero alabarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser, a pesar de mi pecado quiero ser tuyo. Quiero estar en tu bando. Quiero trabajar para ti, por amor a ti y no por soberbia, quiero acercarme a ti, quiero buscarte en todo momento. No sé cuanto tiempo me tienes reservado en esta vida pero no quiero irme de aquí con las manos vacias Dios mío: ayudame a cambiar, por favor, cambiame, Tú lo puedes todo, eres el todopoderoso, cambiame y hazme tuyo: moldeame, transformame, convierteme, arranca mi rebeldía de mi corazón y hame dócil a Tú Voluntad, no permitas, Jesús, que esta sea una oración más, que esto sean más que Palabras, Dios yo quiero orar con mi vida y que mi vida te sea agradable, ten Misericordia de mí.
lunes, 26 de noviembre de 2007
EL PEREGRINO RUSO
Dedicado a Nerya
CAPÍTULO I
"...Por gracia de Dios soy cristiano; por mis acciones, un gran pecador, y por mi oficio un humilde peregrino sin domicilio, perpetuamente errante. Mis bienes son una alforja sobre la espalda con un poco de pan seco y una Biblia que llevo en mi sayal junto al pecho. Eso es todo..."
[...]
"Se leía la 1ª Epistola de S. Pablo a los Tesalonicenses, donde dice entre otras cosas: Orad sin interrupción (1 Ts 5,17). Este versículo se imprimió en mi memoria y me puse a pensar cómo es posible rezar sin interrupción, ya que el hombre tiene que ocuparse de tantas cosas para ganarse la vida. Consulté la Biblia y leí con mis propios ojos las palabras que había oído, es decir, que siempre, en todo tiempo, en todo lugar debemos orar levantando las manos (Ef 6, 18; 1 Tm 2, 8). Reflexioné mucho más no pude convencerme.
¿Qué debo hacer?, me preguntaba, ¿Dónde encontraré quien me lo explique?Visitaré todas aquellas iglesias que cuentan con famosos predicadores; quizá oiré algo que pueda iluminarme. Y así lo hice. Escuché varios sermones, excelentes, sobre la oración; qué es la oración, cuán necesaria nos es, cuáles son sus frutos...; pero ninguno enseñaba cómo es posible orar incesantemente. Escuché un sermón sobre la oración continua e ininterrumpida, pero sin señalar los medios para llegar a ella. No obteniendo lo que deseaba, dejé de asistir a los sermones públicos. Elegí otro camino: encontrar, con la ayuda de Dios, un hombre experimentado y sabio que pudiera enseñarme personalmente aquello que tan violentamente atraía mi alma.
Erré largo tiempo por múltiples veredas; leía mi Biblia y preguntaba por todas partes si no existiría en los contornos un director sabio y piadoso.
Un día me dijeron: en una casa de campo de su propiedad, vive un señor que busca desde hace mucho tiempo la salvación de su alma. [...]
Me encaminé allá sin dudarlo un momento y encontré al propietario.
-¿Qué quieres de mí? me preguntó
-He oído decir que conocéis muchas cosas y que teméis al Señor. En nombre de Dios os suplico me expliquéis qué quiere decir el Apóstol con estas palabras: Orad sin interrupción ¿Cómo es posible orar sin interrupción? Deseo ardientemente saberlo, pero no consigo entenderlo.
Me miró largo rato en silencio; luego dijo: Una oración continua es vuelo libre del espíritu humano hacia Dios. Para progresaren este divino ejercicio debemos pedir a Dios nos ilumine. Reza mucho y con fervor; la oración misma te enseñará como puede ser realizada sin interrupción. Pero se necesita tiempo.
[...]
Yo continué mi camino, siempre pensando en sus palabras pero sin lograr penetrar su sentido.
[...]
[Ahora se encuentra con un Abad]
-[...] pero desearía que me contestaseis a esta pregunta: ¿cómo podré yo salvar mi alma?
- ¿Salvar tu alma? Reza tus oraciones, ora al Señor y serás salvo.
- Pero yo he oído que debemos orar incesantemente, y no comprendo cómo sea posible [...]
- Querido hermano, no sé cómo explicartelo... ¡Ah! He aquí un librito que lo explica- [...]-Lee aquí.
Decía <
- Pero decidme: ¿Cómo puede nuestro espíritu estar siempre en la presencia de Dios, no distraerse nunca y orar constantemente?
- Cierto, es muy difícil. No puede hacerlo sino el hombre ayudado por Dios.
No me dijo más
[...]
Mi ignorancia me oprimía y para consolarme leía y releía la Sagrada Escritura.
[...]
[Se encuentra con un anciano con porte de eclesiástico]
Así fui adelante por el camino real, hasta que una tarde encontré a un anciano que tenía traza de ser un religioso.
A mi pregunta, respondió que era monje y que la soledad en que vivía con algunos hermanos estaba a diez verstas del camino, y me invitó a detenerme con ellos.
-En nuestra casa -me dijo- se recibe a los peregrinos, se los cuida y se les da de comer en la hospedería.
Yo no tenía ningún deseo de ir allí, y le dije:
-Mi descanso no depende del hospedaje, sino de una enseñanza espiritual; no busco comida, pues llevo mucho pan seco en mi alforja.
-¿Qué clase de enseñanza es la que buscas y qué es lo que quieres comprender mejor? Ven, ven a nuestra casa, querido hermano; en ella tenemos startsi experimentados que pueden darte una dirección espiritual y ponerte en el camino verdadero que lleva a la luz de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de los Padres.
-Mirad, Padre, hace alrededor de un año que, estando en un oficio, oí este mandamiento del Apóstol: Orad sin cesar. No sabiendo cómo interpretar estas palabras, me puse a leer la Biblia, y también en ella, y en múltiples pasajes, he encontrado el mandamiento de Dios: hay que orar sin cesar, siempre, en toda ocasión, en todo lugar, no sólo durante las ocupaciones del día, no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño: Yo duermo, pero mi corazón vela Cant. V, 2 . Esto me admiró sobremanera y no puedo comprender cómo es posible cumplir tal cosa ni cuáles son los medios de conseguirlo; un gran deseo y una gran curiosidad se despertaron en mí: ni de día ni de noche se han apartado estas palabras de mi espíritu. Me puse también a visitar las iglesias y a oír sermones sobre la oración, pero en vano: nunca he podido saber cómo orar sin cesar; hablaban siempre en ellos de la preparación a la oración o de sus frutos, sin enseñar cómo orar sin cesar, ni qué significa tal oración. A menudo he leído la Biblia y en ella he vuelto a encontrar lo mismo que había oído; pero no he podido comprender lo que tanto ansío. Así que durante todo este tiempo ando lleno de incertidumbre e inquietud. El starets hizo la señal de la cruz y tomó la palabra:
-Da gracias a Dios, hermano muy amado, por haberte Él revelado esa invencible atracción que existe en ti hacia la oración interior continua. Reconoce en eso el llamamiento de Dios y tranquilízate pensando que así ha sido debidamente probado el acuerdo de tu voluntad con la palabra divina; te ha sido dado comprender que no es ni la sabiduría de este mundo ni un vano deseo de conocimiento lo que conduce a la luz celestial -la continua oración interior-, sino al contrario, la pobreza de espíritu y la experiencia activa en la simplicidad del corazón.
Por eso no es de maravillar que no hayas oído ninguna cosa profunda acerca del acto de orar y que nada hayas podido aprender acerca del modo de llegar a esta perpetua actividad. En verdad, se predica mucho acerca de la oración y sobre esta materia existen no pocas obras recientes, pero todos los juicios de sus autores están fundados en la especulación intelectual, en los conceptos de la razón natural, y no en la experiencia que resulta de la acción; hablan más de lo que a la oración es accesorio que de la esencia de la oración. El uno explica muy bien por qué hay que orar; el otro trata de los efectos bienhechores de la oración; un tercero, de las condiciones necesarias para orar bien, es decir, del celo, de la atención, del fervor del corazón, de la pureza de la mente, de la humildad, del arrepentimiento que hay que tener para ponerse a orar. Pero qué es la oración y cómo se aprende a orar, cosas tan esenciales y fundamentales en la oración, muy poco lo tratan los predicadores de nuestro tiempo; porque son más difíciles que todas sus explicaciones y exigen no un saber escolar, sino un conocimiento místico. Y lo que es más triste aún, esta elemental y vana sabiduría conduce a medir a Dios con una medida humana. Muchos cometen un gran error al pensar que los medios preparatorios y las buenas acciones engendran la oración, cuando la verdad es que la oración es la fuente de las obras y de las virtudes. Gran yerro cometen al tomar los frutos y las consecuencias de la oración como medios de llegar a ella, disminuyendo así su fuerza. Es este un punto de vista completamente opuesto a la Escritura, pues el Apóstol San Pablo habla así de la oración: Ruego, pues, ante todo, que se hagan oraciones
Así el Apóstol pone la oración por encima de todo lo demás. Muchas buenas obras se piden al cristiano, pero la obra de la oración está sobre todas las demás, porque nada es posible hacer si ella falta. Sin la oración frecuente no es posible dar con el camino que conduce al Señor, ni conocer la Verdad, ni ser iluminados en el corazón por la luz de Cristo, ni unirse a él en la salvación. Digo frecuente, porque la perfección y la corrección de nuestra oración no depende de nosotros, como asimismo lo dice el Apóstol Pablo: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene 12. Sólo su frecuencia ha sido puesta en nuestras manos, como medio de alcanzar la pureza de oración que es la madre de todo bien espiritual. Hazte con la madre y tendrás descendencia, dice San Isaac el Sirio 13, queriéndonos dar a entender que primero hay que adquirir la oración para luego poner en práctica todas las virtudes. Pero conocen mal estas cuestiones y hablan poco de ellas quienes no están familiarizados con la práctica y las enseñanzas de los Padres.
Conversando de esta suerte, habíamos llegado, sin darnos cuenta a la soledad. Para no separarme de este sabio anciano y satisfacer cuanto antes mis deseos, me apresuré a preguntarle:
-Os ruego, venerable Padre, que me expliquéis qué es la oración interior y continua y cómo podría yo aprenderla; pues veo que de ella tenéis muy profunda y segura experiencia.
El starets escuchó mi petición con bondad y me llevó a su cuarto:
-Ven conmigo y te daré un libro de los Padres que te permitirá comprender claramente en qué consiste la oración y aprenderla con la gracia de Dios.
Entramos en su celda y el starets me dijo las siguientes palabras:
-La oración de Jesús interior y constante es la invocación continua e ininterrumpida del nombre de Jesús con los labios, el corazón y la inteligencia, en el sentimiento de su presencia, en todo lugar y en todo tiempo, aun durante el sueño. Esa oración se expresa por estas palabras: ¡Señor Jesucristo, tened piedad de mí! 14 Todo el que se acostumbra a esta invocación siente muy grande consolación y necesidad de decir siempre esta oración; al cabo de algún tiempo, no puede ya pasar sin ella y se le hace como su misma sangre y carne. ¿Comprendes ahora qué es la oración continua?
-Lo comprendo perfectamente, Padre mío. En el nombre de Dios, enseñadme ahora cómo llegar a ella -le supliqué lleno de gozo.
-Cómo se aprende la oración, lo veremos en este libro que se llama Filocalía 15. En él está contenida la ciencia completa y detallada de la oración interior continua, expuesta por veinticinco Padres. Es tan útil y perfecto, que se le considera como la guía esencial de la vida contemplativa, y, como dice el bienaventurado Nicéforo 16, «conduce a la salvación sin trabajo ni dolor».
-¿Entonces, es más alto que la santa Biblia? -le pregunté.
-No, ni es más alto ni más santo que la santa Biblia, pero contiene las luminosas explicaciones de todo lo que hay de misterioso en la Biblia en razón de la debilidad de nuestro espíritu, cuya vista no alcanza a tales alturas. Te lo haré ver con una imagen: el sol es un astro majestuoso, brillante y muy excelso, al que no es posible mirar de frente. Para contemplar a este rey de los astros y soportar sus encendidos rayos, hay que echar mano de un vidrio ahumado, infinitamente más pequeño y más oscuro que el sol. Pues bien, la Escritura es este sol resplandeciente y la Filocalía es el cristal ahumado. Escucha ahora, que quiero leerte cómo se ejercita la oración interior continua.
Abrió el starets la Filocalía, eligió un pasaje de San Simeón el Nuevo Teólogo 17 y comenzó: «Permanece sentado en el silencio y la soledad, inclina la cabeza y cierra los ojos; respira suavemente, mira por la imaginación en el interior de tu corazón, recoge tu inteligencia, es decir tu pensamiento, de tu cabeza a tu corazón. Di, al ritmo de la respiración: "Señor Jesucristo, ten piedad de mí", en voz baja, o simplemente en espíritu. Esfuérzate en echar fuera todos los demás pensamientos, sé paciente y repite a menudo este ejercicio.»
Después el starets me explicó todo esto con ejemplos, y aún leímos en la Filocalía las palabras de San Gregorio el Sinaíta 18 y de los bienaventurados Calixto e Ignacio 19. Todo lo que íbamos leyendo, el starets me lo iba explicando a su manera. Yo escuchaba con atención y gran embeleso y me esforzaba por fijar todas sus palabras en la memoria con la mayor exactitud. Así pasamos toda la noche y fuimos a Maitines sin haber dormido nada.
El starets, al despedirme, me bendijo y me dijo que volviera a su celda durante mi estudio de la oración, para confesarme con franqueza y sencillez de corazón, porque es cosa vana dedicarse sin guía a la vida espiritual.
En la iglesia sentí en mi interior un ardiente celo que me inclinaba a estudiar cuidadosamente la oración interior continua, y pedí a Dios que me quisiera ayudar. Después pensé que me sería difícil ir a ver al starets para confesarme o pedirle consejo; en la hospedería nadie puede permanecer más de tres días, y junto a la soledad no hay lugar donde alojarse… Por suerte, pude enterarme de que a cuatro verstas había una aldea. Me encaminé a ella a fin de encontrar posada, y por suerte Dios me favoreció. Allí pude colocarme como guardián en casa de un campesino, a condición de pasar el verano, solo, en una pequeña cabaña que había en un rincón de la huerta. Gracias a Dios, había dado con un lugar tranquilo. De esta manera me puse a estudiar la oración interior según los medios indicados, yendo a menudo a visitar al starets.
Durante una semana, en la soledad de mi jardín me ejercité en el estudio de la oración interior, siguiendo exactamente los consejos de mi maestro. Al principio, todo parecía ir muy bien. Más tarde, sentí gran pesadez, pereza, tedio, un sueño que no podía vencer, y los pensamientos cayeron sobre mí como las nubes. Busqué al starets lleno de tristeza y le manifesté mi estado. Me recibió con bondad y me dijo:
-Hermano muy amado, todo cuanto te sucede no es sino la guerra que te declara el mundo oscuro, porque no hay cosa que tema tanto como la oración del corazón. Por eso trata de entorpecerte y de hacer que aborrezcas la oración. Mas el enemigo sólo obra según la voluntad y el permiso de Dios, y en la medida en que esto nos es necesario. Sin duda es imprescindible que tu humildad sea sometida a prueba; es demasiado pronto para llegar, con un celo excesivo, hasta las puertas del corazón, pues correrías el riesgo de caer en la avaricia espiritual. Voy a leerte lo que dice la Filocalía a este propósito. -Buscó el starets en las enseñanzas del monje Nicéforo y leyó: «Si, no obstante tus esfuerzos, hermano mío, no te es posible entrar en la región del corazón, como te lo tengo recomendado, haz lo que te digo y con la ayuda de Dios hallarás lo que andas buscando. Tú sabes bien que la razón de todo hombre está en su pecho… Quítale, pues, a esta razón todo pensamiento (esto puedes hacerlo si quieres) y pon en su lugar el "Señor Jesucristo, ten piedad de mí". Esfuérzate en reemplazar por esta invocación interior cualquier otro pensamiento, y a la larga ella te abrirá la entrada del corazón, como lo enseña la experiencia» 20.
-Ya ves lo que enseñan los Padres en tal caso -me dijo el starets-. Por eso tú debes aceptar este mandamiento con confianza y repetir cuanto te sea posible la oración de Jesús. Aquí tienes un rosario con el que podrás hacer, para comenzar, tres mil oraciones al día. De pie, sentado, acostado o caminando, repite sin cesar: «¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!», suavemente y sin precipitación. Y recita exactamente tres mil oraciones al día sin añadir ni quitar una sola. Por este camino llegarás a la actividad continua del corazón.
Recibí estas palabras con gran júbilo, y dejando al starets volví a casa, y me puse a hacer exacta y fielmente lo que me había enseñado. Los dos primeros días tuve alguna dificultad, pero luego lo encontré tan fácil que cuando no decía mi oración sentía gran necesidad de rezarla, y me resultaba fácil y suave, sin la dificultad del principio. Conté esto al starets, y éste me ordenó rezarla seis mil veces al día y me dijo:
-Sigue tranquilo y esfuérzate por atenerte con toda fidelidad al número de oraciones que te he prescrito: Dios se compadecerá de ti.
Durante toda una semana, permanecí en mi solitaria cabaña recitando cada día mis seis mil oraciones sin ocuparme de cosa alguna y sin tener que luchar contra los pensamientos; únicamente pensé en cumplir el mandato del starets. ¿Y qué sucedió? Me acostumbré tan bien a la oración que, si me detenía un solo instante, sentía un vacío como si hubiera perdido alguna cosa; y en cuanto volvía a mi oración, sentíame de nuevo aliviado y feliz. Al encontrar a alguna persona, no sentía ninguna gana de hablar, y sólo deseaba estar en la soledad y recitar mis oraciones; tanto me había acostumbrado a ellas en una sola semana.
El starets, que no me había visto desde hacía diez días, vino para saber qué me sucedía, y yo se lo expliqué. Después de haberme escuchado, me dijo:
-Ya estás acostumbrado a la oración. Mira: ahora has de conservar esta costumbre y fortalecerte en ella. No pierdas el tiempo, y con la ayuda de Dios hazte el propósito de recitar doce mil oraciones al día; sigue en la soledad, levántate un poco más temprano, acuéstate un poco más tarde y ven a verme dos veces al mes.
Me sometí en todo a las órdenes del starets y, el primer día, apenas si me fue posible recitar mis doce mil oraciones, que acabé ya de noche. Al día siguiente, lo hice con más facilidad y hasta con gusto. Al principio sentí fatiga, una especie de endurecimiento de la lengua y cierta rigidez en las mandíbulas, pero nada desagradable; luego noté una ligera molestia en el paladar, después en el pulgar de la mano izquierda que pasaba el rosario, mientras que el brazo se me calentaba hasta el codo, lo que me producía una deliciosa sensación. Y todo esto no hacía sino incitarme a recitar mejor mi oración. De esta manera, durante cinco días, terminé con toda fidelidad mis doce mil oraciones, y al mismo tiempo que la costumbre, iba recibiendo el placer y el gusto de la oración.
Una mañana temprano, fui como despertado por la oración. Comencé a decir mis preces de la mañana, pero mi lengua encontraba dificultad en hacerlo y ya no deseaba sino rezar la oración de Jesús. Comencé a hacerlo así y me sentí lleno de dicha y mis labios se movían solos y sin esfuerzo alguno. Pasé todo el día en gran gozo. Estaba como abstraído de todo y me sentía en otro mundo, dando fin a mis doce mil oraciones antes de que terminase el día. Con mucho gusto hubiera querido continuar, pero no me atreví a ir más allá del número indicado por el starets. Los días siguientes continué invocando el nombre de Jesucristo con facilidad y sin cansarme jamás.
Fui a ver al starets y le conté todo esto con detalle. Cuando hube terminado me dijo:
-Dios te ha dado el deseo de orar y la posibilidad de hacerlo sin dificultad. Esto es un efecto natural, producto del ejercicio y de la constante aplicación, lo mismo que una máquina cuyo volante soltamos poco a poco, que luego ya continúa moviéndose por sí misma; ahora bien, para que continúe moviéndose hay que engrasarla y darle a intervalos un nuevo impulso. Ahora ves qué maravillosas facultades ha dado Dios, amigo de los hombres, a nuestra naturaleza sensible; y te has dado cuenta de las extraordinarias sensaciones que pueden nacer aun en el alma pecadora, en la naturaleza impura a la que la gracia no ilumina todavía. Mas ¡qué grado de perfección, de gozo y de encanto alcanza el hombre cuando el Señor quiere revelarle la oración espiritual espontánea y purificar su alma de las pasiones! Es ese un estado indescriptible y la revelación de este misterio es un goce anticipado de las dulzuras del cielo. Y es el don que reciben aquellos que buscan al Señor en la simplicidad de un corazón que desborda de amor. En adelante te permito rezar cuantas oraciones quieras; procura consagrar todo el tiempo del día a la oración e invoca el nombre de Jesús sin preocuparte de otra cosa, entregándote humildemente a la voluntad de Dios y esperando su ayuda. Él no te abandonará y dirigirá tu camino.
Obedeciendo a esta regla, pasé todo el verano repitiendo sin cesar la oración de Jesús, y sentí una gran tranquilidad. Mientras dormía, soñaba a veces que estaba rezando la oración. Y durante el día, cuando me ocurría encontrarme algunas personas, me parecían tan amables como si hubieran sido de mi familia. Los pensamientos se habían calmado y sólo vivía en oración; comencé ya a inclinar mi espíritu a escucharla, y a veces mi corazón sentía como un gran ardor y una gran alegría. Cuando entraba en la iglesia, el largo servicio de la soledad me parecía corto y no me cansaba como antes. Mi solitaria cabaña me parecía un espléndido palacio y no sabía cómo dar gracias a Dios por haberme mandado a mí, pobre pecador, un starets de cuyas enseñanzas obtenía tanto bien.
Pero no gocé mucho tiempo de la dirección de mi bienamado y sabio starets, pues murió al final del verano. Le dije adiós con lágrimas en los ojos y, al darle gracias por sus paternales enseñanzas, le supliqué que me dejase como una bendición el rosario con el que él rezaba cada día. Luego quedé solo. Pasado el verano, se recogieron los frutos del huerto y yo ya no tuve donde vivir. El campesino me dio por salario dos rublos de plata, llenó mi alforja de pan para el camino, y yo continué mi vida errante. Pero ya no estaba en la indigencia, como antes; la invocación del nombre de Jesucristo me alegraba a todo lo largo del camino y todo el mundo me trataba con bondad; parecía como si todos se hubieran propuesto quererme.
Un día me pregunté qué debería hacer con los rublos que me había dado el campesino. ¿Para qué podrían servirme? ¡Ah sí! Ya no tengo al starets ni a nadie que me guíe; voy a comprar una Filocalía y en ella aprenderé la oración interior. Llegué a una ciudad cabeza de partido y me puse a buscar por las tiendas una Filocalía. Encontré una, pero el librero pedía por ella tres rublos y yo sólo tenía dos; en vano intenté convencerle para que me la dejase por dos, pues no me escuchó; pero al fin me dijo:
-Vete a ver en esa iglesia y pregunta por el sacristán; él tiene un libro viejo como este, y acaso te lo dé por tus dos rublos.
Me fui a la iglesia y, en efecto, compré por dos rublos una Filocalía muy vieja y deteriorada; mi alegría fue muy grande. La remendé lo mejor que pude con un trozo de tela y la puse en mi alforja, con la Biblia.
Así voy ahora, pues, recitando sin cesar la oración de Jesús, que me resulta más querida y más dulce que todas las cosas del mundo. A veces hago más de sesenta verstas en un día y no me doy cuenta de que camino; sólo siento que voy diciendo la oración. Cuando sopla un viento frío y violento, rezo la oración con más atención y en seguida entro en calor. Si el hambre es demasiada, invoco más a menudo el nombre de Jesucristo y no me acuerdo de haber tenido hambre. Si me siento enfermo y mi espalda o mis piernas comienzan a dolerme, me concentro en la oración y dejo de sentir el dolor. Cuando alguien me ofende, pienso tan sólo en la bienhechora oración de Jesús, y muy pronto desaparecen la ira o la pena y me olvido de todo. Mi espíritu se ha vuelto muy sencillo. Nada me preocupa, nada me da cuidado, nada exterior me distrae y quisiera estar siempre en la soledad; estoy habituado a no sentir sino una sola necesidad: rezar incesantemente la oración, y cuando lo hago así, una gran alegría invade todo mi ser. Dios sabe lo que sucede en mí. Naturalmente, no son éstas sino impresiones sensibles o, como decía el starets, el efecto de la naturaleza y de una costumbre adquirida; pero todavía no me atrevo a ponerme al estudio de la oración espiritual en el interior del corazón; soy muy indigno de ello y muy ignorante. Espero la hora de Dios, confiando en las oraciones de mi difunto starets. De modo que todavía no he llegado a la oración espiritual del corazón, espontánea 21 y continua; pero, gracias a Dios, ahora comprendo ya claramente el significado de las palabras del Apóstol que un día escuché en la iglesia: Orad sin cesar 22.
lunes, 29 de octubre de 2007
sábado, 13 de octubre de 2007
AL ARCÁNGEL SAN MIGUEL (versión II)
Campeón inexorable
que derriba las maldades
y convierte corazónes
poderoso en sus acciones
e imponente en sus bondades.
Señor de la castidad
que porta la caridad
y refuerza voluntades,
ennoblece las verdades
y guarda la santidad.
Caballero de los cielos
llegan tan altos sus vuelos
que se abaja hasta los pobres
y es su espíritu tan noble
que Satán le tiene celos.
Con su sonrisa de cobre
ante el Dios que se hizo hombre
se postró con humildad
proclamó su santo nombre
y aceptó su Voluntad.
Cuando el Rebelde se alzó
y con soberbia cayó
con un tercio de los ángeles
que, sin alas y con sangre,
hallaron la perdición,
a defender el honor
manchado de su Señor
salió con brazo de hierro
y hubo un combate tan fiero
que la tierra retembló.
INCONCLUSO.
que derriba las maldades
y convierte corazónes
poderoso en sus acciones
e imponente en sus bondades.
Señor de la castidad
que porta la caridad
y refuerza voluntades,
ennoblece las verdades
y guarda la santidad.
Caballero de los cielos
llegan tan altos sus vuelos
que se abaja hasta los pobres
y es su espíritu tan noble
que Satán le tiene celos.
Con su sonrisa de cobre
ante el Dios que se hizo hombre
se postró con humildad
proclamó su santo nombre
y aceptó su Voluntad.
Cuando el Rebelde se alzó
y con soberbia cayó
con un tercio de los ángeles
que, sin alas y con sangre,
hallaron la perdición,
a defender el honor
manchado de su Señor
salió con brazo de hierro
y hubo un combate tan fiero
que la tierra retembló.
INCONCLUSO.
lunes, 1 de octubre de 2007
Thinking Blogger Award...
Me han concedido un thinking blogger award y yo tengo que designar cinco personas para que a su ver reciban este premio...
Les recuerdo a los ganadores que a su vez han de designar a cinco blogs a los que conceder el premio
1.- El jardín de flores raras.
2.- Puedes ser libre.
3.-La noche oscura.
4.-Jorge y la música
5.-Historias de Alemania
Les recuerdo a los ganadores que a su vez han de designar a cinco blogs a los que conceder el premio
1.- El jardín de flores raras.
2.- Puedes ser libre.
3.-La noche oscura.
4.-Jorge y la música
5.-Historias de Alemania
sábado, 29 de septiembre de 2007
viernes, 28 de septiembre de 2007
miércoles, 26 de septiembre de 2007
Borges. El disco (de "El libro de la arena").
Soy leñador. El nombre no importa. La choza en que nací y en la que pronto habré de morir queda al borde del bosque. Del bosque dicen que se alarga hasta el mar que rodea toda la tierra y por el que andan casa de madera iguales a la mía. No sé; nunca lo he visto. Tampoco he visto el otro lado del bosque. Mi hermano mayor, cuando éramos chicos, me hizo jurar que entre los dos talaríamos todo el bosque hasta que no quedara un solo árbol. Mi hermano ha muerto y ahora es otra cosa la que busco y seguiré buscando. Hacia el poniente corre un riacho en el que sé pescar con la mano. En el bosque hay lobos, pero los lobos no me arrendan y mi hacha nunca me fue infiel. No he llevado la cuenta de mis años. Sé que son muchos. Mis ojos ya no ven. En la aldea, a la que ya no voy porque me perdería, tengo fama de avaro ¿pero qué puede haber juntado un leñador del bosque?Cierro la puerta de mi casa con una piedra para que la nieve no entre. Una tarde oí pasos trabajosos y luego un golpe. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto y viejo, envuelto en una manta raída. Le cruzaba la cara una cicatriz. Los años parecían haberle dado más autoridad que flaqueza, pero noté que le costaba andar sin apoyo del bastón. Cambiamos unas palabras que no recuerdo. Al fin dijo:
-No tengo hogar y duermo donde puedo. He recorrido toda Sajonia.
Esas palabras convenían a su vejez. Mi padre siempre hablaba de Sajonia; ahora la gente dice Inglaterra.Yo tenía pan y pescado. No hablamos durante la comida. Empezó a llover. Con unos cueros le armé una yacija en el suelo de tierra, donde murió mi hermano. Al llegar la noche dormimos.Clareaba el día cuando salimos de casa. La lluvia había cesado y la tierra estaba cubierta de nieve nueva. Se le cayó el bastón y me ordenó que lo levantara.
-¿Por qué he de obedecerte? -le dije.
-Porque soy un rey -contestó.
Lo creí loco. Recogí el bastón y se lo di.Habló con una voz distinta.
-Soy rey de los Secgens. Muchas veces los llevé a la victoria en la dura batalla, pero en la hora del destino perdí mi reino. Mi nombre es Isern y soy de la estirpe de Odín.
-Yo no venero a Odín -le contesté-. Yo venero a Cristo.
Como si no me oyera continuó:
-Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo?Abrió la palma de la mano que era huesuda. No había nada en la mano. Estaba vacía. Fue sólo entonces que advertí que siempre la había tenido cerrada.Dijo, mirándome con fijeza:
-Puedes tocarlo.
-¿Por qué he de obedecerte? -le dije.
-Porque soy un rey -contestó.
Lo creí loco. Recogí el bastón y se lo di.Habló con una voz distinta.
-Soy rey de los Secgens. Muchas veces los llevé a la victoria en la dura batalla, pero en la hora del destino perdí mi reino. Mi nombre es Isern y soy de la estirpe de Odín.
-Yo no venero a Odín -le contesté-. Yo venero a Cristo.
Como si no me oyera continuó:
-Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo?Abrió la palma de la mano que era huesuda. No había nada en la mano. Estaba vacía. Fue sólo entonces que advertí que siempre la había tenido cerrada.Dijo, mirándome con fijeza:
-Puedes tocarlo.
Ya con algún recelo puse la punta de los dedos sobre la palma. Sentí una cosa fría y vi un brillo. La mano se cerró bruscamente. No dije nada. El otro continuó con paciencia como si hablara con un niño:
-Es el disco de Odín. Tiene un solo lado. En la tierra no hay otra cosa que tenga un solo lado. Mientras esté en mi mano seré el rey.
-¿Es de oro? -le dije.
-No sé. Es el disco de Odín y tiene un solo lado.
Entonces yo sentí la codicia de poseer el disco. Si fuera mío, lo podría vender por una barra de oro y sería un rey.Le dije al vagabundo que que oún odio:
-En la choza tengo escondido un cofre de monedas. Son de oro y brillan como el hacha. Si me das el disco de Odín, yo te doy el cofre.Dijo tercamente:
-No quiero.
-Entonces -dije- puedes proseguir tu camino.
Me dio la espalda. Un hachazo en la nuca sobró para que vacilara y cayera, pero al caer abrió la mano y en el aire vi el brillo. Marqué bien el lugar con el hacha y arrastré el muerto hasta el arroyoque estaba muy crecido.Ahí lo tiré.Al volver a mi casa busqué el disco. No lo encontré. Hace años que sigo buscando.
Borges. A un poeta sajón
Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo,
Pesó como la nuestra sobre la tierra,
Tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella,
Tú que viniste no en el rígido ayer
Sino en el incesante presente,
En el último punto y ápice vertiginoso del tiempo,
Tú que en tu monasterio fuiste llamado
Por la antigua voz de la épica,
Tú que tejiste las palabras,
Tú que cantaste la victoria de Brunanburh
Y no la atribuiste al Señor Sino a la espada de tu rey,
Tú que con júbilo feroz cantaste,
La humillación del viking,
El festín del cuervo y del águila,
Tú que en la oda militar congregaste
Las rituales metáforas de la estirpe,
Tú que en un tiempo sin historia
Viste en el ahora el ayer
Y en el sudor y sangre de Brunanburh
Un cristal de antiguas auroras,
Tú que tanto querías a tu Inglaterra
Y no la nombraste,
Hoy no eres otra cosa que unas palabras
Que los germanistas anotan.
Hoy no eres otra cosa que mi voz
Cuando revive tus palabras de hierro.
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.
Pesó como la nuestra sobre la tierra,
Tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella,
Tú que viniste no en el rígido ayer
Sino en el incesante presente,
En el último punto y ápice vertiginoso del tiempo,
Tú que en tu monasterio fuiste llamado
Por la antigua voz de la épica,
Tú que tejiste las palabras,
Tú que cantaste la victoria de Brunanburh
Y no la atribuiste al Señor Sino a la espada de tu rey,
Tú que con júbilo feroz cantaste,
La humillación del viking,
El festín del cuervo y del águila,
Tú que en la oda militar congregaste
Las rituales metáforas de la estirpe,
Tú que en un tiempo sin historia
Viste en el ahora el ayer
Y en el sudor y sangre de Brunanburh
Un cristal de antiguas auroras,
Tú que tanto querías a tu Inglaterra
Y no la nombraste,
Hoy no eres otra cosa que unas palabras
Que los germanistas anotan.
Hoy no eres otra cosa que mi voz
Cuando revive tus palabras de hierro.
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.
martes, 25 de septiembre de 2007
En Toledo...
¡Castilla!¡Castilla!
San Pablo.
Yo con dos espadas de mano y media (modelo del s.XV pero fabricadas en el siglo XX) , si no salgo reviento.
Yo con dos espadas de mano y media (modelo del s.XV pero fabricadas en el siglo XX) , si no salgo reviento.
Mi última visita fue hace la tira. Estas fotos son del año pasado, en verano... Ya tengo ganas de volver. Lo que extraño de mi ciudad (amigos y familia aparte) es pasear de noche por las calles...
domingo, 23 de septiembre de 2007
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