lunes, 17 de septiembre de 2007

Y lo hicieron caballero sin buscarlo.

Para leer la primera parte del relato pinchad aquí.
En esta segunda parte del relato, el caballero ha derrotado a los trasgos y ha recuperado los huevos de las águilas que estos habían secuestrado y parte para enfrentarse con el dragón. Este relato tiene copyright.
***
El caballero había cumplido con su misión. Había llegado la hora de las águilas. Su compromiso era auxiliarle contra el dragón. La hembra de las águilas se colocó junto al caballero y le animó a que se montara en sus lomos; le estaba invitando a vivir una nueva aventura. El Señor del Castillo se subió sobre el águila y se agarró fuertemente a las alas sin impedirle que las pudiera desplegar para permitirle su majestuoso vuelo. ¡Ya puedes empezar – le grito el de la Ciudad del Valle- en esta ocasión estoy seguro que me sentiré mejor! El hombre dejaba que el viento le golpease en la cara, volaban a gran velocidad. Sobrevolaron todo aquel territorio hasta que, con una bajada templada y segura, el águila aterrizó en un claro del bosque que estaba rodeado de enormes piedras formado un círculo. Cuando llegaron al centro, el caballero se bajó, y, antes de volver a despegar, el águila le dijo: -Espera aquí. Vendrá a buscarte una mujer que no puede salir del bosque por una promesa que hizo. Y levantó el vuelo alejándose a toda velocidad. Como la espera se iba alargando, sacó la espada rota que guardaba en las alforjas y comenzó a hacer ejercicios con ella, para practicar: Giraba, avanzaba, fintaba, detenía y atacaba, daba tajos al aire, y movía los pies y los brazos con bastante soltura. Al escuchar una canción que le pareció melancólica y muy bella; se detuvo y trató de entender la letrilla:
En algún lugar del bosque
Hay un palacio escondido
de los antiguos señores
perdidos en el olvido.
Hace tiempo que marcharon
Hacia los mares salinos;
Los hombres los olvidaron,
Por la fuerza del destino.
Mis hermanos ya partieron,
Iban buscando su sino
En los barcos se perdieron
Por el este, en el camino
de los delfines veloces
que surcan el mar salino.
[…]
A los acordes de esa cancioncilla, apareció una mujer muy hermosa, de la raza de los elfos. Iba vestida de verde y su capa lucía el color de las hojas de las hayas del bosque. Percibió un aroma inolvidable, delicado perfume de la mujer, que ya no dejó de retener en su memoria, olía a flores del bosque, a nenúfares y a un olor peculiar, como a una mezcla de pan recién hecho, miel y leche, que el definió como olor a elfo. -¡Buenos días, Señor! El caballero le devolvió el saludo y entablaron una amable conversación, mientras la mujer se le iba acercando hasta que le cogió de la mano tirando de él. -Vayamos a mi casa; te prepararé un baño, le susurró dulcemente. Fue entonces cuando el caballero cayó en la cuenta de lo sucio que debía de estar y del mal olor que desprendía, aunque aquello era habitual en la mendicidad y en la caballería andante. El bosque era muy denso por aquella zona. Los árboles grandes desplegaban su follaje completamente nuevo en esta primavera y sobre el verde joven y limpio de las hojas, los rayos del sol jugaban en medio del canto de los pájaros. De la tierra húmeda y tibia del bosque subía un buen olor a musgo, hierbas y plantas en flor. Mientas caminaban, ella le habló de sus hermanos los elfos, de su partida y de por qué ella se quedó para guardar el palacio de sus antiguos señores y para velar la tumba de su amado, muerto en las guerras del anillo. Entraron al vetusto palacio y solo el sonido del silencio invadía aquellos espacios ricamente amueblados. Bilbo Bolsón anduvo por allí y, a su paso, rescató a los trece enanos de la prisión de los elfos. La mujer le enseñó el bañó y allí lo dejó solo para su aseo personal; se desnudó y se metió en una bañera que yacía en el centro de la habitación; nunca se había sentido mejor; después de un buen rato de disfrutar del agua templada y cristalina y de las sales aromática en ella disueltas, se vistió con las ricas ropas élficas que la mujer le entregó. Su sucia ropa había sido pasto de las llamas en el fuego de la chimenea. Antes de vestirse, cubierto por un gran lienzo, lo sentó en un sillón, le afeitó la cara, cortóle el pelo, le sirvió una opípara comida y lo dejó que durmiera a discreción hasta el día siguiente. Cuando el caballero se levantó, la mujer le acompañó al Salón de Armas, le vistió una cota de mallas de hierro en la que aparecían bordadas las enseñas del linaje; le entregó un escudo de armas y le dio una espada. Su aspecto había cambiado completamente. El caballero confió un secreto a aquella mujer: no sabía usar las armas. Entonces ella se comprometió a enseñarle los lances más básicos. En el primer ensayo, él, casi instintivamente, se colocó en guardia, atacó, defendió, fintó y en tres movimientos más desarmó a la mujer: -¿Pero no decías que no habías manejado nunca una espada?- Le preguntó sorprendida. -Nunca; es cierto. En el círculo de piedras ensayé un poco con ésta, y le señaló la espada rota. Es la primera vez que muevo una espada contra alguien. ¿Lo he hecho bien? - Peleas como los guerreros de antaño. Tus posiciones de guardia, tus amagos de golpe para herir con otro y tus fintas difieren bastante de las actuales; te lo puedo asegurar, porque he vivido lo suficiente para verlo. Además has demostrado un gran valor y destreza; luchas como un maestro. Tras un rato de silencio añadió - ¿Me dejas la espada rota?- El caballero se la tendió. Ella la tomó y la examinó con ojos de experta. -Fíjate en la factura de la cruz. Es esplendida. Observa la empuñadura: el arriaz y el pomo… fueron elaborados con una aleación de acero y plata de Moria, son sencillos, y bien proporcionados, de una pieza, sin filigranas que lo recarguen. Esta es un arma de un guerrero de antaño. Y además hay una magia en su interior, lo siento. Permíteme… Lo llevó hasta una sala magnifica y recogida; era un salón de invierno, una estancia pequeña para que la chimenea la calentase más fácilmente. El fuego estaba encendido. Puso el filo de la espada en el fuego y unas runas se dibujaron en la hoja. Ella leyó la inscripción de un lado: “Esta espada es la espada de la verdad. Fue forjada en el frío del alba, templada en el fuego y en el hielo…”. Hasta ahí se leía la inscripción. Por el otro lado estaba escrito: “Esta espada fue fraguada en los albores de la Segunda Edad para dar muerte a la serpiente en su lecho de oro… “. Nada más puede leerse porque la espada estaba rota. XXVI El caballero montaba en un magnifico corcel blanco. Vestía las armas que la dama del bosque le había regalado. Dejó el mulo de carga con las provisiones en la entrada de la Montaña Solitaria y se aventuró penetrar con su caballo por los pasadizos del enorme complejo de los enanos. . ¡Dragón!, -gritaba el caballero enfurecido- ¡Sal de tu refugio a luchar conmigo; yo, un hijo de la Ciudad del Valle, te desafía a muerte! ¡Has tiranizado a mi pueblo y mantienes retenida a la hija del gobernador de Esgaroth! ¡Tú eres el ser tenebroso que me la has secuestrado! ¡Has exigido a un pueblo, asustado, que te la entregara como tributo; de ahí arranca mi furia y mi locura y no descansaré hasta que mueras atravesado por esta espada! El pesado dragón, de color ceniciento, con cuerpo de una gran serpiente cubierta de escamas durísimas, hocico oblongo y fauces de cocodrilo, los dos pies de atrás, palmeados, y la cola, aplastada, con dos crestas laterales en la parte superior, apareció con sus alas de murciélago desplegadas y, aún aletargado, escuchaba aquellas voces como si subieran del mismísimo infierno. Su silueta daba la imagen viva del mal y la destrucción, a pesar de las riquezas que acumulaba, como Smaug, su tío. Lentamente salió de su letargo y fue abriendo sus ojos de reptil; el izquierdo aparecía destrozado; le habían clavado la hoja de una espada que se partió y en su ojo quedó aquel fragmento como un puñal. La muchacha, que estaba encadenada, también se despertó y, dando un salto, se puso en pie como si intuyera que su liberación se acercaba. Con actitud rufianesca y prepotente, rugió adormecido: ¿Quién se atreve a desafiarme, siendo como soy el legítimo heredero de Smaug? El dragón, sintiéndose inmune, aparecía cubierto de escamas negras y duras en la parte baja del pecho, como si quisiera asegurarse la inmortalidad. No caería en el mismo error de Smaug. -¡Ven aquí, guerrero, hace tiempo que te estoy esperando! -La voz tronó por el palacio de los enanos como un estampido terrible y ensordecedor. El caballero no sintió miedo. Al contrario, enfervorecido por el valor, se acercó al galope guiado por los ecos de aquel vozarrón. El sonido de los cascos del caballo reverberaba en las estancias vacías del palacio. Al fin llegó a la sala principal donde dormía el terrible monstruo sobre un fastuoso e inigualable tesoro. - ¡Quiero saber quién osa desafiarme! ¡Di tu nombre guerrero!- Entonces el dragón se fijo en la espada rota que llevaba al cinto. Y gritó -¡Tú…! - un potente escalofrío le recorrió la espalda-. ¡Tú me destrozaste el ojo izquierdo! - De las fauces del dragón empezó a salir un humo negruzco y espeso-. ¡Hace mil años que acabé contigo…! -¡Me confundes con otra persona dragón! ¡Soy un emisario del verdadero Rey y he venido a matarte! El dragón entrecerró el ojo sano y apenas balbució: - ¡Es cierto, eres otro, pero hay algo en ti, algo tan odioso…, tan parecido…! La muchacha, entre tanto, cogió un hacha de Mithril y cortó las cadenas que la tenían amarrada. Agarró un arco élfico y una aljaba con flechas que había junto al tesoro. Tensó el arco con una flecha puesta y gritó: -¡Dragón, yo también te desafió! El dragón giró bruscamente la cabeza y miró un instante a aquella esclava y ésta disparó la flecha sin dudarlo, que se clavó en el ojo sano. El monstruo violentamente se contorsionó de dolor El Caballero, aprovechando el aturdimiento del dragón, cargó con el caballo al galope y la lanza en ristre y le atravesó el costado hasta partirle el corazón. La lanza se quebró por el fuerte impacto. Era un arma de Mitrhil, de los antiguos Señores Elfos. La sangre le salía a borbotones por las herid; el dragón se revolvía y dio una dentellada tremenda guiándose por el olfato y le arrancó la cabeza al corcel. El caballero cayó al suelo rodando y se puso de pie. El dragón derramó su poderoso aliento ígneo hasta que cayó muerto. El guerrero salió milagrosamente ileso. Se quitó el yelmo y resultó ser un ser humano con una barba de días. Ella le miró a los ojos y le preguntó: -¿Cómo te llamas? Y él respondió: - Georgius, de la ciudad del Valle.

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